Vol. 2 Núm. 1 (2024): Arqueología de la Costa ecuatoriana: nuevos enfoques (2)
Enero - junio 2024
El segundo volumen de la revista Strata continúa con el dossier del anterior número dedicado a la arqueología de la Costa ecuatoriana.
En Ecuador, la arqueología de las tierras bajas costeras ha sido mucho mejor estudiada que la de las tierras altas andinas y las tierras bajas amazónicas, ya que ha tenido un período mucho más largo de atención científica que se remonta a principios del siglo XX (gracias al trabajo de Jacinto Jijón, Carlos Zevallos, Emilio Estrada y de arqueólogas como Resfa Parducci), cuando la investigación del pasado era parte de una visión de modernidad al influjo de la ideología liberal y del arielismo pedagógico. En esta época, surgen instituciones como la Academia Nacional de Historia (ANH), la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas (CCENG) y se inician las clases de Max Uhle en la Universidad de Guayaquil[1], junto con las publicaciones del Boletín de la ANH, los Cuadernos de Arqueología e Historia de la CCENG y la Revista Universitaria.
Como resultado, las cronologías en las tierras bajas costeras están mejor documentadas (aunque aún existen brechas notables) y se ha logrado un progreso considerable en la inferencia de los principales avances culturales y desarrollos sociopolíticos en varias áreas, pero particularmente a lo largo de la franja litoral del Pacífico. Este obvio sesgo de investigación ha sido parcialmente impulsado por la notoriedad temprana de la cultura Valdivia del Formativo Temprano (3800-1800 a. C.), primero como posible receptora transpacífica de rasgos cerámicos de la cultura Jomon del Japón neolítico, según lo propuesto por Betty Meggers, Clifford Evans y Emilio Estrada en los sesenta, y segundo como potencial "influenciadora" en la prehistoria del Nuevo Mundo de acuerdo a evidencia de capacidades marítimas, agricultura de cultivos múltiples y producción de cerámica desarrollada, según lo sugirió Carlos Zevallos.
En décadas más recientes, los elaborados artefactos cerámicos de las culturas costeras pos-Formativo, consideradas como sociedades cacicales de complejidad e influencia variables, han llamado la atención tanto del mercado del arte precolombino como de la comunidad arqueológica (en especial las culturas del período Desarrollo Regional), sesgando aún más la atención sobre las tierras bajas del occidente ecuatoriano.
En este contexto, la arqueología de la Costa ecuatoriana todavía puede verse como más adelantada que sus contrapartes de las tierras altas y la Amazonía, pero por fortuna esa visión está cambiando rápidamente y para bien. A medida que desaparezca el sesgo costeño, se presentarán nuevas vías de pensamiento sobre la prehistoria ecuatoriana y ya no será posible abordar esa zona de estudio sin tener en cuenta también sus posibles conexiones con secuencias prehispánicas encontradas en otras partes del país, o incluso más allá de los límites actuales, hasta los confines remotos de las antiguas Américas.
Se pueden ver indicios de tales conexiones en los notables descubrimientos de Francisco Valdez (IRD, Francia) en el sitio Palanda en las estribaciones amazónicas de la región Mayo-Chinchipe, donde se documenta claramente el intercambio a larga distancia con los pueblos de Valdivia. Asimismo, estudios recientes de ADN antiguo de poblaciones costeras sugieren posibles conexiones amazónicas de un entierro de Guangala excavado por Richard Lunniss (UTM, Ecuador) en el sitio de Salango, en la costa central de Manabí. También James Zeidler (CSU, EE.UU.) y José Beltrán (INAH, México) han documentado recientemente una conexión marítima entre los pueblos Jama Coaque en el área de Jama/Don Juan del norte de Manabí y los pueblos de las fases Comala, Tesoro y Armería de la provincia de Colima en el occidente de México, entre 300 y 800 d. C., afirmando así la idea de una “gran marea cultural”, formulada por Jacinto Jijón como una “liga de mercaderes” de navegantes en balsas. Estos contactos a larga distancia y la interculturalidad son tan importantes como las complejidades estratigráficas y los conjuntos de artefactos de nuestras localidades de investigación; son esenciales para la creación de una arqueología ecuatoriana verdaderamente unificada donde ya no exista el sesgo entre las tres principales zonas fisiográficas.
En la actualidad, la arqueología costera ha sido pionera en muchos enfoques teóricos y metodológicos para estudiar las culturas prehispánicas (por ejemplo, el cambio de paradigma representado por la estadística bayesiana a las cronologías 14C o el análisis semiótico para la interpretación de la iconografía antigua), para no mencionar las nuevas tecnologías para comprender el registro arqueológico (por ejemplo, el uso del Lidar para el mapeo arqueológico de grandes áreas geográficas o el FRX portátil para la caracterización geoquímica de pigmentos y pastas cerámicas antiguas, así como artefactos líticos de obsidiana y piedra verde). Pero la arqueología de las tierras altas y de la Amazonía están ciertamente a la par con tales innovaciones, por ejemplo, el uso de prospección geofísica para delinear sitios, la construcción de cronología bayesiana y el análisis FRX portátil para la caracterización geoquímica de artefactos de obsidiana en el primer caso, y los extensos estudios Lidar y la identificación de pastas cerámicas en el último. Esto, por supuesto, es laudable y contribuye en mucho a esa antes dicha arqueología ecuatoriana "unificada"; finalmente conducirá a conjuntos de datos de verdad comparables y a interpretaciones de nivel macro, tanto a escala nacional como internacional.
Por otro lado, en el “Coloquio Internacional sobre Críticas y Perspectivas de la Arqueología Andina", convocado por la Unesco y el PNUD (Paracas, 1979), se determinó la importancia de formar arqueólogos especializados en el estudio de los países andinos para salvaguardar su patrimonio cultural, teniendo como resultado la formación de la Escuela de Arqueología en la ESPOL de Guayaquil en 1980, por parte de Jorge Marcos.
En la última década, la urgencia de políticas de gestión y de proyectos regionales vinculados a las comunidades locales provocó la protección de 4000 hectáreas de la cordillera costera de Hojas-Jaboncillo, donde un centro de investigaciones del INPC está trabajando en la institucionalización del parque arqueológico más grande del Ecuador, salvaguardando contextos y conocimientos clave para construir su paisaje histórico. En años más recientes, se han realizado encuentros convocados por colectivos de arqueólogas en las poblaciones costeñas de Jipijapa, Salango y Santa Elena, con el objetivo de visibilizar los aportes femeninos en la construcción de su campo académico en Ecuador y de cambiar paradigmas en la investigación y en la participación comunitaria en el trabajo de campo y la gestión cultural.
Este segundo número de STRATA actualiza el debate sobre la arqueología en la Costa ecuatoriana, presentando últimas investigaciones en este campo, así como nuevas tecnologías y enfoques utilizados.