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Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
Francisco Valdez
UMR PALOC: Instituto de Investigación para el Desarrollo, Francia -
Museo Nacional de Historia Natural, París
francisco.valdez@ird.fr
Dedicado a la memoria de Pedro Porras
https://doi.org/10.5281/zenodo.7519079
Periodicidad: semestral - continua
Los trabajos arqueológicos efectuados durante los últimos 30
años demuestran que la Alta Amazonía fue una parte impor-
tante de la civilización andina, desde sus inicios hace más de
5000 años. Aunque la mayor parte de las labores y los presu-
puestos se concentraron inicialmente en las tres provincias
del norte amazónico (arqueología de contrato) la información
fue limitada. Se dio cuenta de distintas poblaciones dispersas
en el idílico Edén. Luego, trabajos académicos comenzaron
a ocuparse de las tres provincias del sur y los datos recaba-
dos demostraron que la historia antigua de esas regiones
presentaba capítulos de gran complejidad social, con nexos
estrechos que se mantenían con la Sierra y con la costa del
Pacífico. Este trabajo presenta una síntesis de la información
que se maneja en la actualidad, de las problemáticas que son
aparentes y que deberían ser tratadas en el futuro próximo.
Alta Amazonía, ceja de selva, interacción
socio-cultural, arqueología académica,
arqueología de contrato.
Upper Amazon, ceja, socio-cultural interaction,
academic archaeology, contract archaeology
A panoramic view of Amazonian archeology in Ecuador
Archaeological work carried out in Ecuador, during the last 30
years, shows that the Upper Amazon was an important part of
the Andean civilization, from its beginnings more than 5,000
years ago. Although most of the work and budgets were initially
concentrated in the provinces of the three northern Amazonian
provinces (contract archaeology), information has been limit-
ed. At the most we became aware of the existence of scattered
populations in the idyllic Eden. Later, academic studies began
to deal with the three southern eastern provinces and the infor-
mation there collected showed that the ancient history of these
regions presented chapters of great social complexity, with close
ties maintained with the highlands and the Pacific coast. This
paper presents a synthesis of the information that is handled
at present and the thematic problems that are apparent, that
should be treated in the near future.
Resumen
Palabras clave:
Keywords:
Abstract
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
http://revistas.patrimoniocultural.gob.ec/ojs/index.php/Strata
STRATA, 01-06/ 2023, vol. 1, nro.1, e1
Francisco Valdez
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Nota. Puntos negros: sitios. Estrellas rojas: capitales provinciales. © F. Valdez.
Figura 1
Mapa de principales sitios arqueológicos de la Amazonía ecuatoriana.
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
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La arqueología amazónica tiene grandes retos e
incógnitas, que la visión panorámica presentada en este
artículo pretende subrayar, tratando de plantear las ba-
ses para una discusión que genere una perspectiva de
cómo se la debería seguir estudiando. A los profesionales
nos toca hacer comprender a la comunidad que la “bús-
queda de huacas” no es el objetivo de los arqueólogos.
Nuestra misión es brindar una visión real de la primera
historia de los pueblos amazónicos, fundamentada en
hechos fácticos, comprobables y comprensibles. Las su-
posiciones o inferencias teóricas deben ser planteadas y
verificadas en el registro arqueológico, en la medida de
lo posible, de manera de no generar falsas expectativas o
de contribuir a la construcción de mitos antojadizos. Sin
embargo, no hay que olvidar que la arqueología de la re-
gión ha tenido un aura cargada de fantasías modernas,
herencia de la leyenda de El Dorado, que rondan aún en
la mente popular. El caso de los supuestos tesoros de la
Cueva de los Tayos es quizás el ejemplo más renombra-
do (Novillo y Vera, 2017), pero en el campo la curiosidad
por las “ciudades perdidas” tiene todavía mucha vigen-
cia, por lo que un aspecto importante de nuestro trabajo
es enseñar, con nuestro ejemplo, el valor de la historia
antigua de los pueblos ancestrales.
En la actualidad, la arqueología amazónica en el
Ecuador ha tenido grandes avances, pero pocas publi-
caciones científicas que detallen los conocimientos ad-
quiridos en los últimos cuarenta años. La divulgación
de los datos es la manera de fomentar el debate y hacer
que progrese la ciencia, pues como dice un axioma an-
glosajón: “lo que no se publica no existe. Hasta la dé-
cada de 1970, la región amazónica era apenas conocida
por las obras de Bushnell (1946), Rampon (1959) o por
los estudios realizados en 1956 y publicados en 1968 por
Evans y Meggers en el río Napo. Por fortuna, a inicios
de los años 60, el sacerdote Pedro Porras, incursiona en
la zona y durante más de 20 años, con su trabajo y sus
publicaciones, se convierte en pionero y especialista en
los vestigios del pasado de la Amazonía ecuatoriana
(Porras, 1961, 1971, 1972, 1974, 1975a, b, c, 1977, 1978,
1985, 1987a, b, 1989). Uno de los primeros aportes del
sacerdote fue definir la cultura Pastaza (2800 a. C.-1430
d. C.) con lo que marcaba la entrada amazónica al pe-
ríodo Formativo (1975b). Porras conocía la colección ar-
queológica de los salesianos y le intrigaban sus formas y
decoraciones, por lo que desde 1968 se puso a investigar
algunos de los sitios trabajados por Rampon y otros re-
portados por los moradores de la zona. Sus investiga-
ciones en un sitio sobre el río Huasaga le sirvieron para
establecer su seriación en cuatro fases. No obstante,
ciertos materiales presentados por Porras para la fase
cultural más temprana generaban dudas por ser simila-
res a otros encontrados por un equipo norteamericano
en el mismo río Huasaga, al otro lado de la frontera, que
no correspondían a la antigüedad atribuida (DeBoer et
al., 1977). En 1984, Stephen Athens resolvió las incon-
sistencias presentando materiales, similares a los más
antiguos de la fase Pastaza, con contextos bien fecha-
dos en el sitio Pumpuentsa. Las fechas
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C los ubicaban
entre 200 a. C y 230 d. C. (Athens, 1985, 1990). A pesar
de las imprecisiones y, a veces, de las interpretaciones
algo entonadas, los trabajos de Porras marcaron la sen-
da del futuro de la investigación amazónica. Su esfuerzo
por publicar le llevó en su momento al debate, del que
no siempre salió airoso, pero la arqueología regional se
fue afianzando. En 1994, Ernesto Salazar decía en una
reseña de la materia en el país: “la región amazónica si-
gue siendo tierra incógnita, a pesar de los esfuerzos pio-
neros de Porras, que es hasta hoy el único ecuatoriano
que se abrió paso en la selva para descubrir su pasado”
(Salazar, 1994, p. 22). Empero, esta situación cambiaría
radicalmente unos años más tarde con los estudios em-
prendidos por el propio Salazar y la misión del Instituto
Francés de Estudios Andinos (IFEA), que seguirían los
pasos de Porras (1987a, b) en el valle del Upano.
El presente artículo pretende brindar una visión
panorámica de la arqueología amazónica en el Ecuador,
no como un repaso exhaustivo de las investigaciones an-
tiguas o recientes, sino más bien como un recuento que
llame a una discusión de los principales temas que han
surgido en los últimos años en este campo. Para ello se
presentarán algunos puntos que caracterizan la práctica
arqueológica en esta región, haciendo una síntesis del
estado en que se encuentran algunas de las principales
problemáticas que deberían ser tratadas con prioridad
en la disciplina.
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Algunos puntos para comprender
la arqueología amazónica en el Ecuador
El primer punto que conviene subrayar es que, en
el Ecuador actual, hay una clara división entre los estu-
dios efectuados en la Amazonía del norte, la del centro y
la del sur. El norte está compuesto por tres provincias en
que hay una diferenciación marcada entre la Alta Ama-
zonía y la Baja Amazonía. La Alta Amazonía, también
conocida como ceja de selva (Lathrap, 1970) o ceja de
montaña, arranca desde unos 1800 m s. n. m. y descien-
de prácticamente hasta los 700 m s. n. m. La Amazonía
Baja parte desde los 700 m y llega hasta los 200 m s.
n. m. Estos dos medios no solo tienen diferencias alti-
tudinales, sino que contienen diversos biotipos que son
complementarios, aunque compartan altos grados de
humedad constante y, originalmente, un bosque tropi-
cal tupido. La Alta Amazonía ocupa los flancos orien-
tales de la cordillera Oriental, es allí donde nacen todos
los ríos que progresivamente conforman la cuenca ama-
zónica. En sus flancos empinados se forman pequeños
arroyos, que a medida que descienden, se ensanchan
formando las cabeceras de los principales afluentes del
Amazonas. En la ceja de selva, la inclinación forma to-
rrentes rocosos con un estrecho caudal, por lo que a ma-
yoría de los ríos no son navegables. En la selva baja los
caudales son más amplios con flujos, normalmente, me-
nos violentos, por lo que se convierten en vías fluviales
que comunican grandes distancias (Lathrap, 1973). En
la selva baja suele haber una diferenciación estacional
que transforma los bosques en zonas de tierras firmes y
otras conocidas como várzeas, que se inundan en mayor
o menor grado con la fuerza de las precipitaciones y la
crecida de los ríos. Estos factores influyen naturalmente
en los modos de vida, en los patrones de asentamiento,
en las técnicas agrícolas, de pesca y de cacería, así como
en las costumbres funerarias de los grupos que habitan
la selva baja. La cultura material de los pueblos ama-
zónicos se diferenciará conforme a los requerimientos
de la adaptación a su medio y a su entorno; por lo que
el estudio y la interpretación del registro arqueológico
amazónico varían según se trate de selva alta o baja.
Una segunda diferenciación que se da entre el
norte, el centro y el sur de la Amazonía ecuatoriana es
el tipo de estudios que se han efectuados en los distintos
territorios. La región norte, concretamente en las pro-
vincias de Sucumbíos, Napo, Orellana y en parte de Pas-
taza, ha estado sujeta a la exploración petrolera, minera
y a la construcción de plantas hidroeléctricas. Estos tra-
bajos están sujetos por ley a que las compañías que los
ejecutan tengan la obligación de realizar, como parte del
estudio de impacto ambiental, un reconocimiento y/o
un salvamento arqueológico en la zona intervenida. Esta
obligación se da con el fin de evitar la destrucción de
vestigios patrimoniales. En consecuencia, la zona norte
y parte de la zona centro ha estado sujeta a lo que se
conoce como arqueología de “contrato” o de “salvamen-
to”, con o sin remediación ambiental. Estos estudios son
objeto de una financiación y control de los contratistas,
que no ven con buenos ojos que se reste tiempo y recur-
sos a los trabajos de exploración o explotación que es-
tán llamados a efectuar. Algunos autores ya han tratado
sobre este tema y subrayan los logros y las limitaciones
que este tipo de estudios tienen para el conocimiento de
la historia antigua de los pueblos amazónicos (Salazar,
1995; Yépez, 2000, 2007; Ugalde, 2011a, 2014b; Valdez,
2010, 2013b, prefacio; Delgado, 2011) por lo que en este
artículo no se lo profundizará.
No obstante, hay que subrayar el hecho de que,
en la práctica, los estudios realizados y los informes pre-
sentados por los arqueólogos contratados aportan muy
poco al conocimiento del desarrollo cultural de los pue-
blos amazónicos. Hasta la fecha, no se ha logrado tener
una idea clara o unificada de cuáles eran las principales
culturas que se asentaron en esta parte de la Amazonía.
Con pocas excepciones, la información generada por
estos estudios no trasciende a la comunidad ni forma
parte de la literatura científica necesaria para tratar la
arqueología amazónica. Si bien los informes presenta-
dos reposan en los archivos del Instituto Nacional de
Patrimonio Cultural (INPC), la gran mayoría no tiene
una trascendencia ante la comunidad arqueológica. En
muchos casos, inclusive, se aduce a una cláusula de
confidencialidad que impediría que esta información
se publique o circule entre los estudiosos. Con muy po-
cas excepciones, los informes han repercutido ya sea
por publicaciones o por las referencias que algunos ar-
queólogos de contrato hacen a los trabajos previos en las
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
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zonas donde van a intervenir (i.e. Arellano, 2000, 2003,
2008, 2009, 2013, 2014, 2019; Arellano y Tamayo, 2004;
Aguilera, Arellano y Carrera, 2003; Delgado, 1999, 2004;
Echeverría, 1999; Ledergerber, 1995; Salazar et al, 1999;
Constantine y Ugalde, 2012; Ivanhoe, 2009, 2012; Sán-
chez, 2014; Ugalde, 2014a; Cabrero, 2014).
En relación con la práctica de la arqueología de
contrato y sus consecuencias, hace doce años afirmé en
un artículo que nunca ha habido tanto dinero puesto al
servicio de la investigación arqueológica, pero al mismo
tiempo nunca ha habido una producción arqueológica
tan poco útil para el conocimiento de la historia antigua
de los pueblos prehispánicos” (Valdez, 2010, p.16). Por
desgracia hasta el día de hoy, y con la disminución de
fondos asignados, la situación no ha cambiado sustan-
cialmente y parece que no lo hará en un futuro cercano.
Desde ya se puede afirmar que la primera limitación
que se tiene, sobre la arqueología del sector norte
de la Amazonía, es la falta de sistematización de
la información arqueológica recabada desde la dé-
cada de 1980 en la selva alta y en la selva baja de
las provincias antes mencionadas. Ferrán Cabrero
coincide en este punto, pero es algo más optimista en
cuanto al conocimiento de la llamada fase Napo (Cabre-
ro 2014, pp. 390-396), es decir que, si se lee entre líneas y
se exprime la información de tanto informe contratado,
se puede sacar conclusiones subjetivas sobre determi-
nados casos. Pero eso involucra la capacidad de tener a
disposición los informes respectivos y de trabajarlos de
una manera en que los propios autores no lo hicieron en
su momento.
En la parte centro y sur de la Amazonía ecuatoria-
na se ha practicado lo que se conoce como “arqueología
académica, que se puede definir genéricamente como
los estudios que surgen de algún tipo de problemática
planteada por arqueólogos profesionales, que trabajan
en una institución pública o privada (universidades o
institutos de investigación científica). En muchos ca-
sos este tipo de arqueología la realizan institutos o uni-
versidades (locales o extranjeras) que se encargan de
financiar proyectos específicos y eventualmente de su
difusión. Para el caso de la arqueología del sector norte
hay pocos ejemplos, pero probablemente los más signi-
ficativos son los del arqueólogo Jorge Arellano, vincu-
lado a la Smithsonian Institution, o los de la arqueóloga
colombiana Andrea Cuéllar. Las tesis y publicaciones
efectuadas por algunos autores tratan de temáticas es-
pecíficas o hacen un intento de comprender la crono-
logía y los modos de vida de los pueblos de la selva (i.e.
Yépez, 2000; Constantine, 2004; Lara, 2009; Serrano,
2014; Cabrero, 2014). Otros estudios han tratado de te-
mas concretos relacionados con el arte rupestre en las
provincias orientales (Porras, 1972, 1985; Saulieu y Du-
che, 2007; Ortiz, 2011; Duche y Saulieu 2001; Ugalde,
2011b). En los últimos años, estudiantes de la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador (PUCE) han contri-
buido al conocimiento de la arqueología amazónica y
esta es quizá la institución académica nacional que más
lo ha hecho. En el plano profesional, hay una serie de
estudios efectuados por colegas nacionales o extranje-
ros, en el marco de proyectos de investigación que han
producido trabajos de calidad y que sirven para sistema-
tizar el conocimiento en determinados sectores o pro-
vincias (i. e. Lara, 2010, 2012; Serrano, 2014; Cabrero,
2014; Saulieu y Duche 2007; Ugalde 2011b, 2014a; Ros-
tain y Saulieu, 2013).
Entre las instituciones extranjeras, los estudios
más importantes realizados en los últimos 30 años son
los efectuados por el IFEA junto con la PUCE en la
cuenca del Upano: proyecto arqueológico Sangay-Upa-
no, codirigido por Ernesto Salazar y Stéphen Rostain
(1995-1998). Igual mención corresponde a los estudios
efectuados por el Institut de Recherche pour le Dévelo-
ppement (Instituto de Investigación para el Desarrollo,
IRD, de Francia) en la provincia de Zamora Chinchipe
(2000-2021). En ambos casos, las investigaciones se rea-
lizaron en el centro y sur de la Amazonía ecuatoriana,
con financiamiento externo y la participación parcial
de una o varias instituciones locales. Estos estudios han
tenido seguimiento de otros organismos nacionales y
extranjeros, como el INPC o el Centro Nacional de In-
vestigaciones Científicas (CNRS) de Francia, y han dado
lugar a un sinnúmero de publicaciones y de informes
institucionales. Por la trascendencia que estos estudios
han tenido en el conocimiento de la antigua historia
amazónica del país, se presentarán algunas reflexiones
sobre las implicaciones que estos tienen para el cono-
cimiento amplio de la Amazonía y para el futuro de la
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Breve recuento de las evidencias
arqueológicas estudiadas en la Amazonía
La problemática del poblamiento y de las ocupa-
ciones tempranas en la Amazonía sigue todavía abierta.
Fuera del sitio Guaguacanoayacu, en la zona de Yuralpa
(Napo), no hay ningún otro contexto confiable, bien fe-
chado, que atestigüe la realidad de los grupos precerá-
micos. Según Sánchez (2014), en la zona de Yuralpa se
ha identificado “un proceso de poblamiento desde hace
11 000 AP”; esta afirmación se basa en los fechados ob-
tenidos para dos ocupaciones en el sitio Guaguacanoa-
yacu: (Beta-115898) 8810 +/- 60 AP o 7990-7725 a. C. y
(Beta-115899) 9850 +/- 60 AP o 9120-9010 a. C. La auto-
ra afirma que el sitio presenta un “utillaje lítico basado
en la percusión directa y su presencia es un aporte más
al horizonte de cazadores-recolectores tropicales que se
ha dado en Centro y Sudamérica” (Sánchez, 2014, pp.
208-209). Constantine (2013) revisó igualmente la ocu-
pación del Holoceno en la provincia del Napo y la com-
para con la de otros sitios en el país. Otros colegas han
mencionado la posibilidad de que grupos del precerá-
mico hayan habitado la selva alta o la selva baja, pero se
necesitan evidencias más concretas que un fechado sin
contexto definido. Las deducciones sacadas de eviden-
cias dispersas no permiten identificar los modos de vida
de los supuestos grupos tempranos. Porras (1989) seña-
ló la posibilidad de que grupos de la denominada fase
Jondachi hayan sido responsables de enviar obsidiana
hacia la Alta Amazonía, y es muy posible que así haya
sucedido, pero hasta ahora no hay evidencias que lo sus-
tenten. Por su parte Aguilera, haciendo eco del informe
presentado para el valle del río Quimi, en un reportaje
de prensa de 2019 afirma que en la provincia de Zamora
Chinchipe habría ocupaciones datadas desde el 7530-
7060 a. C., pero no hace referencia al material cultural
que estaría asociado con el fechado de 8250 +/- 90 AP
propuesto por Molestina y Castillo (2004). Una versión
algo más reciente, con fechas de radiocarbono pero sin
ningún contexto bien definido, aparece en una publi-
cación general sobre la región de Machinaza, Zamora
Chinchipe (Invacma, 2022). De hecho, no se puede des-
cartar su existencia, pero como no se dan detalles del
contexto del hallazgo o de sus componentes, la noticia
queda por verificarse. En definitiva, habría evidencia de
ocupaciones antiguas, tanto al norte como al sur de la
Amazonía ecuatoriana, pero hace falta un trabajo cons-
tante que siga investigando esta problemática, que es vá-
lida para todo el Ecuador. Ya desde 1995 Salazar, uno de
los especialistas del poblamiento temprano en Ecuador,
decía: “claramente, una prospección sistemática en bus-
ca de los habitantes más tempranos en el país es urgen-
temente necesaria” (Salazar, 1995, p. 37, trad. propia).
Para las épocas posteriores, las evidencias tem-
pranas encontradas en Zamora Chinchipe, fechadas en
más de 5300 AP, fijan ya los datos sobre las comunida-
des sedentarias pertenecientes a la cultura Mayo Chin-
chipe-Marañón (Valdez et al., 2005). En el resto de la
provincia se han detectado un sinnúmero de sitios ar-
queológicos pertenecientes a la cultura protohistórica
conocida como Bracamoros, con un material cerámi-
co del horizonte corrugado, fechado entre el siglo VII
y el XVII d. C. (Valdez y Guffroy, 2005; Guffroy, 2006;
Valdez, 2008; Villalba, 2009, 2011). Entre las informa-
ciones interesantes encontradas en esta provincia en las
últimas etapas de ocupación precolombina, Aguilera
reporta evidencias de explotación minera en la zona de
Machinaza (Invacma, 2022). Empero, lo registrado para
la época temprana por el proyecto Zamora Chinchipe
del IRD e INPC obliga a cambiar la manera de estudiar
las culturas de la Alta Amazonía por lo que se hará una
discusión detallada más adelante.
En Morona Santiago las fechas varían desde una
antigüedad de 2630 a 2470 AP para el sitio El Reman-
so (Ledergerber, 1995, 2006) hasta los conocidos como
Zapa-Cuyes con arquitectura monumental asociada a
la cultura Cañari. En la selva baja, Paulina Lederger-
ber también trabajó los sitios Panientza, Cushapucu,
Misión Santiago, Mayalico, de una cronología más bien
tardía. En este mismo sector, Catherine Lara efectuó su
licenciatura estudiando más sitios de filiación Cañari,
investigación. Empero, antes conviene hacer un recuen-
to, a manera de contexto histórico, de las ocupaciones
humanas sucesivas en la selva alta y baja. El propósito
de esto es orientar e invitar a los lectores a conocer la
bibliografía que se ha producido en los últimos veinte
o más años.
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
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identificando tecnologías cerámicas diferentes en dis-
tintos contextos (Lara, 2009, 2014). En la parte media
de la provincia y en la zona de la selva baja ha trabajado
Ugalde (2011) en el sector de Catazho y Constantine y
Ugalde (2012) en la región de Taisha. Porras incursionó
en la Cueva de los Tayos (1978) y durante mucho tiempo
fue el único arqueólogo en haber trabajado en la pro-
vincia. Las fechas que propuso fueron 1100 y 1500 a. C.
(Porras, 1987, pp. 227-230). Hacia la parte central de la
provincia, la arqueología del valle del Upano ha reuni-
do el interés de varios investigadores, comenzando con
Porras y seguido por el grupo del proyecto IFEA-PUCE
antes mencionado, junto con otros arqueólogos intere-
sados en la problemática de las culturas Sangay (¿?-700
a. C.), Upano (700 a. C.-400 d. C.) y Huapula (700-1200
d. C.). En las zonas aledañas al Upano, han trabajado
Rostoker en Huanuchu, con fechas entre el 70-650 d.
C. (2005); Pazmiño en la Lomita (2008); Yépez (2012,
2013), Serrano (2014) y Serrano y López (2016) en el
cantón Pablo Sexto.
El territorio de la cultura asentada en el valle del
Upano ha sido recientemente tratado mediante la tec-
nología Lidar, con resultados que indican una proble-
mática más allá de la simple cronología o del patrón de
asentamientos, por lo que será discutida en detalle en
otro punto de este trabajo.
La provincia de Pastaza ha sido objeto de una se-
rie de trabajos que han dado una imagen de la antigüe-
dad y del tipo de asentamientos que allí se encontraban,
tanto en la selva alta como (parcialmente) en la selva
baja. Estos trabajos también tienen como origen un re-
conocimiento hecho por Porras en la década de los 80,
en la zona próxima al aeropuerto de Shell, quien men-
cionó la presencia de montículos con ocupaciones hu-
manas (1987). Para él, estos montículos eran semejantes
a los que había detectado desde los 70 en la cuenca del
Upano. El sector aludido era la hacienda Zulay donde
se cultivaba té, por ello una buena parte de su exten-
sión estaba despejada de su vegetación tropical y estos
elementos, identificados como “tolas”, eran claramente
visibles. A pesar de ello, ningún arqueólogo se interesó
por estudiarlos hasta que la hacienda quebró y surgie-
ron problemas por la tenencia de la tierra. Ante las de-
nuncias presentadas por las diversas partes en conflicto,
el INPC efectuó un reconocimiento inicial y la registró
como una localidad con interés arqueológico (Murillo,
2006). Unos años más tarde, un equipo de la Universidad
San Francisco de Quito realizó un análisis multidiscipli-
nario más detallado, que dio una visión más completa
del antiguo emplazamiento (Vásquez y Delgado, 2010;
Delgado y Vásquez, 2016). Según los arqueólogos de la
universidad capitalina que intervinieron, la presencia
de lomas naturales y de tolas artificiales está organiza-
da de manera ordenada, conformando una aldea (o una
serie de aldeas) con una organización espacial bien deli-
mitada. La presencia de plazas y áreas habitacionales en
zonas deforestadas intencionalmente, en su momento,
es un argumento importante para sostener la estructu-
ración del espacio. Según los autores, el sector conoció
por lo menos dos ocupaciones largas: la primera entre
el 2600 y el 1800 AP y la segunda más tardía entre el
1100 y el 500 d. C. (Delgado y Vásquez, 2016, p.11). Poco
tiempo después de los estudios efectuados por el equipo
universitario, surgió un debate sobre la naturaleza de
las llamadas Tolas de Zulay. Un equipo de arqueólogos
franceses que trabajó unos kilómetros abajo cuestionó
el origen artificial de los montículos, aduciendo que se
trata de formaciones naturales, conocidas como hum-
mocks, sobre las cuales se habrían asentado los grupos
del poblado de Zulay (Rostain y Saulieu, 2013, pp. 87-
91). Aunque el debate está aún vigente, los arqueólogos
de la universidad franciscana han proporcionado cortes
estratigráficos que demostrarían el carácter artificial de
muchos de los montículos, sobre todo de los que reco-
nocen forman plazas intermedias. En última instancia,
poco importa la naturaleza de los montículos, sino la
manera planificada en que los habitantes ocuparon y or-
ganizaron su espacio. Como se verá más adelante, en la
cuenca del Upano se da también el caso del uso de for-
maciones naturales para implantar asentamientos que
forman parte de un espacio organizado sobre un paisaje
construido por los grupos amazónicos.
Una ocupación temprana en la ceja de montaña
de la misma provincia ha sido descubierta gracias a los
trabajos de un equipo de vulcanólogos del IRD en las
faldas orientales del Tungurahua (Lepenec et al., 2013).
Estos generaron una colección de tiestos cerámicos,
provenientes de tres sitios fechados hacia el 1100 a. C.,
Francisco Valdez
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que están asociados a una erupción del volcán. Los ties-
tos presentan similitudes estilísticas con materiales de
la fase Alausí (Arellano, 1997, 1999) ubicada en las fal-
das serranas del mismo volcán. Este hallazgo demuestra
que la Sierra y la ceja de selva tenían conexiones desde
épocas tempranas en la zona centro del Ecuador actual.
Los estudios de Rostain y Saulieu (2013, 2014) en
el marco del proyecto Alto Pastaza han dado cuenta de
las ocupaciones en la ceja de selva entre Shell y Mera
(no muy distante a la hacienda Zulay). Allí excavaron
un sitio llamado Pambay, fechado en 1495-1317 a. C.,
donde se afirma que se ubicó la casa más antigua de la
Amazonía ecuatoriana (sic) (3500 AP). Luego excava-
ron en el sitio Colina Moravia, donde definieron algu-
nas ocupaciones o “culturas”: Moravia, fechada hacia el
1500 AP; Putuimi, con una fecha de 1000 AP y asociada
al horizonte corrugado, y Puyopungo, ubicada ya en el
período colonial (Rostain y Saulieu, 2014, p. 54).
Los trabajos de Duche y Saulieu (2009) ubicaron
algunos sitios en la selva baja, entre los cuales se puede
mencionar Tinajayacu, del siglo III a IV d. C. En esta
región, identificaron varios tipos cerámicos que habían
sido clasificados por Porras como pertenecientes a la
fase Pastaza. Las fechas obtenidas, próximas a las que
Athens obtuvo en Pumpuentsa, permitieron a Saulieu
caracterizar mejor varios tipos y ubicarlos en un contex-
to cronológico cultural más coherente, inclusive relacio-
nándolos con materiales de la región del Upano.
Para el caso de las provincias del norte (Napo, Su-
cumbíos y Orellana), el problema de la sistematización
es un tanto más difícil porque, como ya se ha dicho, en
esta región se ha desarrollado sobre todo arqueología de
contrato que ha dado muy poca información útil para
este efecto. Para el caso de Napo, María Fernanda Ugal-
de (2014b) ha realizado un análisis titánico de 137 in-
formes presentados al INPC, en los cuales se registraron
345 sitios. De su examen se deduce que, a pesar de la
ingente cantidad de dinero invertida en la investigación
arqueológica, los datos que contribuyen al conocimien-
to de la historia antigua son muy escasos. La mayoría de
las veces, los distintos autores se remiten a la secuen-
cia maestra de tres fases establecida por Evans y Meg-
gers en 1968: Yasuní (50 a. C.), Tivacundo (510 d. C.) y
Napo (1168 y 1179 d. C.), sin cuestionar su validez. La
mayoría sostiene que la región demuestra un patrón de
asentamiento disperso en los valles interfluviales, con
una tendencia a sitios ubicados en terrazas altas y cimas
de lomas naturales. Es decir, salvo raras excepciones, no
hay un aporte significativo al conocimiento del desarro-
llo sociocultural en la región.
No obstante, hay una serie de informaciones im-
portantes que deben considerarse para profundizar su
estudio en el futuro. Entre otros temas, uno de los que
más llama la atención es la presunta presencia de mon-
tículos artificiales, posible muestra de este fenómeno
en la selva baja. Se señala, por ejemplo, un conjunto
de 28 montículos artificiales en el sitio NOOP-07, en la
comuna de Pompeya, con una fecha
14
C de 1240 +/-80
AP (Netherly y Guamán, 1996, p. 64). Ugalde (2004b, p.
58) menciona otros ejemplos reportados por Echeverría
y Almeida en sus informes de 2003 y 2004. El cuadro
cronológico, presentado por Ugalde (2014b, pp. 61-62)
basado en las fechas de
14
C recabadas en los informes
presentados al INPC, es una contribución importante
para situar rápidamente las distintas ocupaciones de
esta provincia. Para más detalles sobre la situación ar-
queológica de la provincia de Napo y de algunos aportes
significativos efectuados por los trabajos de rescate ver
Ugalde (2014a, b), Cabrero (2014) y Arroyo-Kalin y Ri-
vas Panduro (2019).
Un aporte significativo para la arqueometría de
esta provincia ha sido la publicación Formas Cerámi-
cas en Contextos Regionales del Neotrópico Ecuatoria-
no, donde se resume la información de los programas
de rescate arqueológico en el aeropuerto de Tena y del
proyecto Coca Codo Sinclair (Sánchez y Merino, 2013).
La reconstrucción de las formas cerámicas de algunas
manifestaciones del período de Integración de Napo es
un instrumento útil para comparar los alfares de varias
partes de la provincia. También es provechosa la publi-
cación de las fechas de radiocarbono obtenidas en los
trabajos de rescate.
Cabe recalcar que en este artículo no se ha ahon-
dado en la problemática presentada por las sociedades
que comparten la denominada tradición policroma de
la Amazonía (en Ecuador fase Napo), identificada por
Evans y Meggers en 1957 y profundizada por varios au-
tores brasileros. Hay muy pocos estudios sistemáticos
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
9
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
dedicados a este fenómeno en el territorio ecuatoriano
(Ortiz de Villalba, 1981; Cabodevilla, 1998, 2007; Cabre-
ro 2014, Arroyo-Kalin y Rivas Panduro, 2019), por lo que
muchas veces se toma como referencia única a los rea-
lizados en los países fronterizos y sobre todo en Brasil.
La problemática comienza por aceptar que el fenómeno
se origina en la Baja Amazonía brasilera, donde Roose-
velt la sitúa hacia el siglo IV d. C. (1991), y que luego se
supone sube paulatinamente por los ríos expandiéndose
por lo que hoy es Perú y Ecuador, con distintas mani-
festaciones. Esta supuesta ola cultural venida de oriente
impone desde el siglo X un estilo pictográfico excep-
cional, muy cargado de cosmología, con cantidad de
representaciones de ofidios mitológicos, que puede ser
una diferencia con otras culturas de la región (contem-
poráneas o no). En este caso, hay quienes piensan en la
conformación clara de sociedades complejas, con caci-
cazgos maduros, que se distribuyen en el espacio dentro
de una organización social jerarquizada, entre poblados
de distintos tamaños (Omaguas). Esta hipótesis es inte-
resante y requiere de un estudio profundo de los sitios
donde está presente la tradición policroma. No obstan-
te, llama la atención de que no haya una gran cantidad
de sitios (estudiados o no) en la región intermedia, entre
el supuesto lugar de origen en la Baja Amazonía y el
territorio ecuatoriano, para poder trazar la ruta de in-
troducción de este fenómeno específico. No hay duda de
que se requiere más investigación en esta zona, pero el
análisis y prospección bastante sistemáticos realizados
por Arroyo-Kalin y Rivas Panduro (2019) no produjo
un registro consistente de la tradición policroma de la
Amazonía (p. 346). Estos autores presentan un cuadro
cronológico muy completo para los asentamientos del
río Napo que debe considerarse como guía de lo que se
conoce hasta ahora (Tabla 2, p. 337).
Las provincias de Sucumbíos y Orellana requieren
de un trabajo similar al efectuado por Ugalde, Cabrero
o Arroyo-Kalin y Rivas Panduro para Napo y, hasta que
eso no se publique, seguiremos con los vacíos ya tantas
veces señalados. No hay duda de que el INPC tiene una
gran responsabilidad en la sistematización de la infor-
mación que reposa en sus archivos; labor gigantesca,
pero necesaria después de 40 años de receptar informes
arqueológicos que deben ser procesados.
En agosto de 1978, el arqueólogo ecuatoriano Pe-
dro Porras inició sus trabajos pioneros en el sitio origi-
nalmente llamado Guapula, ubicado en la provincia de
Morona Santiago. Porras trabajó durante ocho años en
la zona y llegó a la conclusión de que el sitio que iba
descubriendo fue un centro ceremonial de mucha im-
portancia regional. Porras reveló la presencia de unas
180 “pirámides truncadas”, que se hallaban escondidas
bajo la selva, sobre una extensión aproximada de 19 500
ha en la margen izquierda del río Upano. El arqueólo-
go, apoyado por la PUCE, realizó estudios que le permi-
tieron esbozar una secuencia ocupacional dividida en
cuatro fases que se extendería del 2750 a. C. al 940 d.
C. Según las evidencias estratigráficas, la construcción
de los montículos artificiales debió iniciarse alrededor
del 1100 a. C., pero el proceso se fue acelerando hacia
el 120 a. C. Sus estudios demostraron que las pirámides
truncadas estaban organizadas en el terreno, según un
modelo bien definido: el Patrón 4 o 4+1 (Porras, 1987, p.
36). Las construcciones están dispuestas en grupos de 4,
simétricamente opuestas, formando un cuadrado vacío,
en el que a menudo se incluye otro montículo al centro.
Los grupos arquitectónicos vistos en el sitio Guapula
estaban unidos por largas vías anchas y rectas, cavadas
en el suelo y que se perdían en el bosque (Porras, 1987,
pp.19-38). Porras divisó desde el aire varios conjuntos
piramidales que guardaban el mismo patrón y estimó
que se extendían en un área aproximada de 250 km
2
,
desde “el codo del Upano hasta el (río) Palora”. Estas ob-
servaciones le hicieron suponer que en toda esa región
selvática hubo una densa ocupación humana durante
un período de casi mil años (p. 60). Porras rebautizó al
conjunto trabajado por él como Complejo Sangay, en
honor al volcán del mismo nombre que domina el pai-
saje desde unos 35 km al noroeste del sitio. La cultura
material asociada a los conjuntos piramidales fue con-
ceptuada como la Tradición Upano.
Diez años más tarde, los arqueólogos Ernesto Sa-
lazar y Stéphen Rostain retoman los trabajos en la re-
gión, entre 1995 y 1998, con un proyecto denominado
Sangay-Upano, auspiciado por el IFEA y la PUCE. Bajo
Reflexiones sobre la problemática en
el Upano antes y después del estudio Lidar
Francisco Valdez
10
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
la codirección de Salazar y Rostain, se retoman los tra-
bajos en el sitio Guapula (renombrado Huapula) y se ob-
tienen mayores datos sobre el supuesto centro ceremo-
nial. No obstante, Salazar aplica un enfoque regional e
inicia el reconocimiento arqueológico en la cuenca alta
del Upano, registrando 28 sitios con características ar-
quitectónicas similares a los de Huapula (Salazar, 1998a,
b, 2000, 2008). Los resultados del proyecto IFEA-PUCE
aclararon la cronología (Rostain, 1999, 2010) y expusie-
ron claramente la existencia de dos culturas cerámicas
predominantes en la región:
- Upano (700 a. C.-400 d. C.), ya definida por Porras.
Esta sociedad fue la constructora de las plataformas que
forman los complejos arquitectónicos identificados en
la región.
- Huapula (800-1100 d. C.), que comparte los rasgos del
horizonte de la cerámica corrugada, generalizada en la
Amazonía durante este período (Guffroy, 2006).
Identificaron, al igual que Porras, una antigua
ocupación pre-Upano que no tiene aún una definición
certera, pero que Estanislao Pazmiño identificó en la se-
cuencia cerámica estudiada en el sitio La Lomita y de-
nominó Sangay (Pazmiño, 2008).
La exploración regional identificó nuevos com-
plejos arquitectónicos dispersos en la selva, abriendo la
posibilidad de que existan más conjuntos semejantes en
la zona. La interpretación de Salazar enfatizó la proble-
mática teórica que presentan las evidencias arquitectó-
nicas encontradas en un territorio tan amplio (Salazar,
2000), mientras que su compañero francés sacó algunas
conclusiones generales a partir de la excavación proli-
ja de la cima de uno de los montículos (Rostain, 1999,
pp. 60-82). Allí, las evidencias muestran la ocupación
tardía de la cultura Huapula que se asentó sobre una
plataforma previa construida por la sociedad Upano.
Rostain también formuló la hipótesis del abandono in-
tempestivo del sitio a causa de una o varias erupciones
del Sangay, acaecidas entre el 400 y el 600 d. C. (pp. 64,
83). No obstante, hasta la fecha, no se ha podido encon-
trar ninguna evidencia estratigráfica clara de un even-
to catastrófico que haya ocasionado el abandono de las
ocupaciones de la región.
En definitiva, los estudios efectuados hasta los
2000 habían puesto en evidencia la presencia de una
sociedad que presenta una particularidad única, antes
desconocida en los grupos instalados en la Alta Ama-
zonía: la construcción masiva de montículos y terrazas
artificiales ordenadas bajo un patrón determinado. La
sociedad Upano, denominada así por Porras, se instaló
sobre un territorio muy amplio, implantando una gran
cantidad de asentamientos organizados en grupos bien
estructurados, con la construcción de miles de platafor-
mas de tierra compacta. Estos grupos presentan patro-
nes arquitectónicos recurrentes, bastante estandariza-
dos. Otra característica de este ordenamiento es que los
conjuntos están a menudo comunicados entre sí, por
vías o caminos excavados longitudinalmente a través
del bosque.
Tal era el estado del conocimiento cuando el
INPC decide intervenir en la región del Alto Upano
con el propósito de avanzar en la comprensión de esta
antigua cultura amazónica. Para ello opta por usar una
nueva tecnología que permite hacer levantamientos
del terreno a través de la cobertura vegetal, mediante
el escaneo con láser desde el aire. Esta técnica conoci-
da como Lidar (Laser Imaging Detection and Ranging)
se ha empleado con éxito en otras regiones del mundo,
en particular en zonas boscosas de difícil acceso. En el
Ecuador, esta técnica se ha empleado para el estudio
de trazos de tendidos eléctricos, cauces hidrológicos y,
tangencialmente, para levantamientos de estructuras
arqueológicas detectadas en el curso de otros estudios
(Svoiski y Romanenko, 2014). Se solicitó un equipo ex-
perimentado en la aplicación de este método en el cam-
po arqueológico (Technoproject) para que participe en
la organización de un proyecto integral que retome la
problemática socioarqueológica presentada por la evi-
dencia constructiva que caracteriza el Alto Upano. El
principio metodológico que llevó al uso de la tecnología
Lidar fue la necesidad de efectuar un levantamiento del
terreno, lo más completo posible, de un amplio sector
caracterizado por la presencia de vestigios arquitectó-
nicos presuntamente asociados a la antigua sociedad
Upano. El objetivo era determinar la extensión real del
fenómeno urbanístico Upano (plataformas, plazas, ca-
minos, canales, etc.) y con ello emprender un estudio
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
11
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
arqueológico de los patrones de asentamiento en la re-
gión para determinar las causas y los efectos sociales
de este fenómeno en la Alta Amazonía. Los primeros
análisis de esta región demostraron que los antiguos
asentamientos aparecen sobre una unidad geológica
muy particular, denominada por los especialistas como
superficie Mera-Upano (Bes De Berc et al., 2004, p. 154;
Bes De Berc et al., 2005). Esta unidad corresponde a una
amplia región que se formó desde hace unos 500 000
años a consecuencia de varios factores geológicos parti-
culares, entre los que hay que destacar la fuerte activi-
dad volcánica, tanto del Tungurahua como del Sangay.
Estos efectos transformaron irreversiblemente un am-
plio sector de la vertiente oriental de los Andes y del pie
de monte que lo rodea. Episodios continuos de erupcio-
nes cubrieron el suelo con múltiples capas de ceniza,
materiales rocosos y sobre todo de lahares (flujos de se-
dimentos y piedras desplazados por fuertes cantidades
de agua) que nivelaron abruptamente el terreno. Con
el tiempo, la paulatina formación de cauces hídricos y
los efectos de las distintas glaciaciones conformaron
el trazo actual de las redes hidrológicas que particula-
rizan la región. Otro factor geológico que ha marcado
la superficie es la actividad tectónica y sísmica reciente
que, entre otros efectos muy visibles, abrió el profundo
cauce que caracteriza el río Upano (Baby et al., 2004).
La consecuencia de estas actividades naturales ha sido
la formación de un relieve relativamente plano entre el
pie de monte andino y las estribaciones de la cordillera
de Cutucú (hacia el SE). Aunque no muy profundos, los
suelos orgánicos son fértiles y se encuentran protegidos,
desde hace varios centenares de milenios, por un espeso
bosque tropical húmedo que regenera cíclicamente el
humus orgánico.
Aunque las características geoambientales sean
propicias para la instalación de los grupos humanos en
la región, estas no explican por qué surgió y se desarro-
lló una formación social compleja capaz de construir
un paisaje cultural impresionante a lo largo de la tupi-
da selva. Las evidencias arqueológicas obtenidas por los
trabajos anteriores han proporcionado una imagen del
tipo de sociedad que se instaló y se desarrolló en la re-
gión, pero no han resuelto la problemática histórico-so-
cial de la tradición cultural Upano (Porras, 1987, pp.
303-322; Salazar, 2000, 2008; Rostain, 2011). La impor-
tancia de este estudio no fue el uso de un instrumento
tecnológico de última generación, sino tratar de inda-
gar y comprender los procesos sociales que llevaron a la
formación de una sociedad compleja, que fue capaz de
transformar la geografía natural para crear un paisaje
socialmente significativo. Esta particularidad fue lo que
la identificó y, en apariencia, la diferenció de todos los
otros pueblos circundantes. Por desgracia, el estudio de
las evidencias detectadas con el levantamiento Lidar se
limitó a su identificación cuantitativa y cualitativa, tra-
bajo titánico de técnicos especializados, pero que no fue
seguido por la interpretación sociocultural del fenóme-
no visto en toda su amplitud sobre el terreno. Se puede
decir que el levantamiento Lidar ha ayudado a plantear
la problemática de la cultura Upano, pero que nadie
hasta la fecha ha sido capaz de afrontarla.
Los indicios de la extensión espacial de esta sociedad
fueron revelados por los trabajos precursores, pero es-
tos solo mostraron una imagen aproximada de la ocu-
pación real de la cuenca alta del Upano. Las evidencias
proporcionadas por el levantamiento Lidar confirman y
multiplican esta imagen casi por mil. La ocupación y la
transformación del espacio natural que se aprecia en los
levantamientos elaborados a partir de los modelos di-
gitales de terreno son infinitamente más complejos de
lo que se podía imaginar en un primer momento. Una
breve síntesis de los datos globales puede ser cuantifi-
cada en unas pocas cifras significativas: se han iden-
tificado 6400 plataformas construidas de distintos
tamaños que se pueden agrupar en unos 1240 con-
juntos arquitectónicos estructurados; en el paisaje
se han podido apreciar 1610 colinas naturales con
las cimas modificadas por la acción humana; redes
de caminos comunican todo el territorio que se en-
cuentra, además, surcado por miles de metros de
fosas lineales que delimitan espacios y otro tanto
de canales de drenaje que manejan el saneamien-
to de los suelos y facilitan la implantación de unos
700 000 m
2
de posibles campos de cultivo.
Como se verá más adelante, estas cifras son solo un frío
reflejo de lo que fue la construcción de una geografía
cultural que marcó permanentemente esta parte de la
Alta Amazonía. A juzgar por las evidencias arquitectó-
Francisco Valdez
12
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
nicas que aparecen en todo el territorio escaneado con
láser, la selva amazónica fue una mega aglomeración de
pueblos organizados bajo un mismo patrón ideológico,
que se repitió de manera recurrente a través de un pe-
ríodo estimado en más de mil años. Una de las primeras
preguntas que saltan a la vista es: ¿fueron todas estas
manifestaciones arquitectónicas contemporáneas o fue-
ron quizá el producto de construcciones sucesivas a tra-
vés del tiempo?
En el análisis del uso del espacio hay factores que
pueden ser considerados determinantes, como por ejem-
plo, la recurrencia de determinadas combinaciones de
estructuras que se asocian a un medio particular. El uso
de algunas categorías arquitectónicas y sus mezclas no
son aleatorias. Parece evidente que la construcción obe-
deció a ciertos principios generales de estructuración
del espacio. Estos se formulan desde un esquema men-
tal de valores y se materializan de acuerdo con la expe-
riencia particular del contexto social en que se dan. Las
combinaciones estructurales forman complejos social-
mente significativos, que cumplen variadas funciones
materiales e inmateriales. Los patrones que aparecen
en las composiciones simétricas implican la necesidad
de construir espacios sociales con composiciones escé-
nicas. Es la noción de plazas y patios como lugares de
agregación social, donde se realizan actividades cívicas
o productivas al aire libre, pero dentro de los límites de
un conjunto socialmente construido ex profeso. La dis-
tribución espacial de determinadas plataformas podría
parecer aleatoria, pero refleja una disposición intencio-
nal, funcional, que se marca por las recurrencias regis-
tradas. Estas iteraciones señalarían grupos jerárquicos,
conjuntos cívico-ceremoniales, clanes emparentados
entre sí o una combinación de todas estas posibilidades.
Por otro lado, las construcciones pudieron ha-
berse dado en el plano individual de uno o más grupos
domésticos, o de manera corporativa, con la unión de
la fuerza laboral de varios conjuntos agrupados bajo la
égida de una voluntad colectiva superior. El uso repe-
titivo de determinadas formas y combinaciones pudo
darse bajo la directiva de un planificador que quiso es-
tructurar de manera colectiva el uso del espacio y de la
disposición de los complejos. El acato social a esta toma
de decisiones en apariencia refleja la complejidad que
imperó en esta amplia región. La demarcación territo-
rial que forman determinadas combinaciones y agrupa-
mientos debió haberse basado en necesidades socioeco-
nómicas (i.e. la disponibilidad de recursos específicos
para la práctica de actividades agrícolas, artesanales,
comunitarias) y por ello habrá que poner atención espe-
cial al medio físico y al tipo de vestigios específicos que
eventualmente pueden estar representados en determi-
nados sectores.
La esencia de la problemática es tratar de com-
prender cuál fue la motivación que llevó a los grupos a
unirse bajo una misma manera de ver y comprender el
cosmos. La dinámica ideológica es muy importante en
el mundo selvático; las sociedades ancestrales que per-
sisten en la Amazonía, con un modo de vida tradicio-
nal, creen en las fuerzas cósmicas que habitan el bosque
y las buscan para compartir sus poderes y afrontar los
retos de la vida cotidiana. En esta concepción del mun-
do, la naturaleza es el escenario donde todas las formas
de vida se complementan y se oponen, por ello es im-
portante encontrar un equilibrio mediante el contacto
constante con las fuerzas que regulan el orden natural
de las cosas. La ritualidad que supone algunos de los
arreglos arquitectónicos mayores puede corresponder,
justamente, a los espacios construidos para captar y lo-
grar el contacto con el equilibrio cósmico a través de re-
uniones y la práctica de ceremonias colectivas.
El uso de la orografía y la sectorización de ciertas
actividades productivas sugieren que la visión de con-
junto de las distintas áreas se daba a nivel regional.
La extensión espacial de un pueblo sobre un am-
plio territorio, relativamente homogéneo en recursos
naturales, no es en sí una problemática teórica signi-
ficativa. En la práctica, es un fenómeno natural cuan-
do hay una organización social estructurada en torno
a un señorío que se conjuga con cacicazgos menores,
políticamente pares entre sí (Carneiro, 1981). La ver-
dadera dificultad radica en comprender ¿cómo estos se
forman?, ¿cuáles son las bases económicas que los sus-
tentan?, ¿cuáles son los lazos ideológicos que los unen y
los hacen actuar de una cierta manera homogénea? La
idea misma del surgimiento de una sociedad capaz de
reproducirse sobre un área tan extensa es problemática.
Más aún cuando no se tiene todavía claro qué pueblos
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
13
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
estaban asentados allí antes del fenómeno Upano. ¿Se
trató acaso de un solo grupo o de varios conjuntos de
pobladores que optaron por unirse por alguna razón
desconocida? El crecimiento demográfico no es la causa
de la complejidad social, es más bien su consecuencia.
Por ello, el objetivo real del proyecto de interpreta-
ción de los resultados del análisis Lidar es indagar
la naturaleza del proceso sociopolítico que llevó a
los pueblos a formalizar lazos de unión (ideológica
y política) capaces de formar una entidad coheren-
te, donde todos se identifican como miembros. Esta
entidad se institucionaliza en torno a un acuerdo tácito
entre sus participantes, mediante el cual se reconocen
derechos y obligaciones propias a los distintos miem-
bros. Así se consolidan grupos según la naturaleza de
sus actividades, que cada vez se vuelven más diversifica-
das. En un momento dado, la entidad se complejiza y se
jerarquiza, siendo capaz de ser lo suficientemente moti-
vadora como para canalizar una fuerza de trabajo corpo-
rativa, que se une en un proyecto común para implantar
su impronta en el paisaje. Esta empresa colectiva es
capaz de transformar de a poco el medio selvático
en un medio social, domesticado por una dinámi-
ca cultural que crea y emplea medios de produc-
ción sustentables. En apariencia, no se trata de una
economía extractivista, que captura los recursos limita-
dos del medio. Algunas evidencias, que comienzan a ser
visualizadas por el estudio mediante Lidar, sugieren que
se emplearon técnicas productivas que convivieron en
simbiosis con el entorno vegetal, permitiendo al grupo
humano generar suficientes recursos alimenticios como
para crecer y multiplicarse en el espacio. Parecería evi-
dente que una producción de excedentes sustentó
a esta sociedad por un lapso de más de mil años,
balanceando los desequilibrios naturales propios
del medio selvático.
Este proceso no se ha estudiado a profundidad en
la Amazonía ecuatoriana, quizás por falta de evidencias
que documenten el fenómeno. Hay que recordar que tra-
dicionalmente se ha sostenido que las bandas o tribus,
que se asentaron primero en el medio selvático, nunca
supieron dejar sus modos de vida semisedentarios. In-
genuamente se estima que el modelo que se observa hoy
en las sociedades selváticas refleja una realidad históri-
ca constante. Como el medio físico es limitado, los gru-
pos están obligados a vivir en asentamientos dispersos,
practicando una mezcla de horticultura/agricultura de
subsistencia. Los bosques son reservas de caza y territo-
rios simbólicos donde viven las fuerzas primigenias. El
modelo, a más de ser determinista, supone que las so-
ciedades selváticas son estáticas e incapaces de alcanzar
otros estadios de organización social más que el tribal.
La evidencia arqueológica que presenta la cuenca
alta del Upano contradice sustancialmente esta visión
simplista y antihistórica. La teoría antropológica ha de-
mostrado que hay una relación entre el patrón de asen-
tamientos y la complejidad con la que está estructurada
una sociedad (Earle, 1991, 1997). Al observar la agrupa-
ción de estructuras simples que se combinan y se dis-
tribuyen sobre un territorio tan amplio resulta eviden-
te que la noción de un patrón disperso único carece de
fundamento en el conjunto de la cuenca del Upano. Lo
mismo está sucediendo en la parte baja de la cuenca del
Pastaza (en la superficie geológica Mera-Upano), don-
de también se advierte una importante concentración
de evidencias constructivas. En el “área estructurada
Kunguints, se han registrado más de 1000 plataformas
rectangulares que se agrupan en unos 180 complejos ar-
quitectónicos, articulados con caminos, fosos y terraple-
nes. El patrón cultural visto en la cuenca alta del Upano
se repite en la cuenca alta del Pastaza, por lo menos en el
área desde el río Chiguaza hasta el río Palora. Estudios
posteriores podrán confirmar la extensión real de este
fenómeno, que parece abarcar una buena parte de la
superficie Mera-Upano. Los trabajos pioneros de Porras
anunciaron este posible hecho, pero el estudio mediante
el levantamiento Lidar lo ha confirmado y ha dado cuer-
po a un esqueleto incompleto, armado con plataformas
agrupadas o dispersas en la selva. El siguiente paso debe
ser formular una malla teórico-metodológica que sirva
para el análisis pormenorizado de los sitios y que permi-
ta reconocer y tratar las evidencias sobre el surgimiento,
el devenir y el ocaso de la antigua sociedad Upano.
En las interpretaciones del fenómeno Upano que
han hecho los distintos autores mencionados, se habla
hipotéticamente del intercambio entre la Sierra y la
Amazonía, aduciendo solo factores estilísticos de algu-
nos tipos cerámicos, pero nunca se ha tratado el tema
Francisco Valdez
14
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
Los descubrimientos efectuados en la selva alta
de la provincia de Zamora Chinchipe han contribuido
al conocimiento de la antigüedad y de la complejidad
sociocultural que caracterizó a una sociedad hasta hace
poco desconocida en el registro arqueológico del Ecua-
Evidencias de la cultura
Mayo Chinchipe-Marañón
dor. La información obtenida sobre los modos de vida
de los antiguos habitantes de la Alta Amazonía ha cam-
biado la manera de conceptualizar a las sociedades de la
región. La información detallada sobre los trabajos rea-
lizados ha sido ya publicada en diversos medios (Valdez
et al., 2005; Valdez, 2004, 2007a, b, 2008a, b, 2013a, b,
2018, 2019a, b, 2020, 2021; Zarrillo et al., 2018) por lo
que no se entrará aquí en detalles específicos. Convie-
ne, sin embargo, resaltar algunos de los puntos más im-
portantes que a menudo pueden pasar desapercibidos
en la literatura amazónica. En primer término, hay que
recalcar que el programa Zamora Chinchipe se viene
ejecutando mediante un convenio de asistencia técnica
y cooperación científica entre el IRD francés y el INPC
ecuatoriano. A pesar de que la investigación arqueológi-
ca ha sido financiada por el gobierno francés, el estado
ecuatoriano ha sabido utilizar los fondos necesarios para
precautelar la integridad y poner en valor el sitio más
importante hasta ahora encontrado en esta provincia.
Entrando en materia, una de las mayores noveda-
des en la investigación de la Alta Amazonía ha sido el
descubrimiento de la cultura Mayo Chinchipe-Mara-
ñón. Esta demuestra la presencia de una sociedad com-
pleja muy antigua en los territorios selváticos, donde se
pensaba que solo existían tribus dispersas de cazadores
recolectores (Erickson, 2008, pp. 157-158). El estado de
barbarie, descrito tradicionalmente para los pueblos
amazónicos, de pronto se ve refutado con evidencias
de una antigua sociedad que fue capaz de tener una in-
teracción con los pueblos de la costa del Pacífico y de
compartir con ellos una misma base ideológica. Con su
descubrimiento se demuestra la unidad de los pueblos
de las tres regiones geográficas en la conformación de
la civilización andina. Desde la época de la Conquista
española, la Amazonía quedó relegada del proceso so-
ciocultural que tradicionalmente unía a los pueblos de
ambos lados de la cordillera central. La frustración por
no haber encontrado El Dorado al este de los Andes
llevó a los conquistadores a considerar la selva como
un espacio inhóspito, malsano, lleno de plagas y enfer-
medades. Después del gran levantamiento indígena de
1599, los territorios amazónicos quedaron a cargo de los
misioneros que, santamente, se dedicaban a evangelizar
a los “indómitos salvajes”. Con la Conquista, la interac-
en profundidad. ¿En qué se manifiesta la supuesta in-
teracción?, ¿en la presencia de “tolas”? Hoy se sabe que
la construcción de montículos artificiales es común a
todas las áreas del continente americano (y mundial)
por lo que no es necesario inspirarse en los tipos de
construcciones serranas o costeñas, cuando los modelos
vistos en la cuenca del Upano son del todo distintos en
forma, amplitud y expansión. Igualmente preocupan-
te es el hecho de que hasta la fecha no se han repor-
tado más objetos de la cultura material que alfarería y
lítica funcional. Parece increíble que una sociedad en
apariencia tan compleja y con interacciones supuestas
con otras regiones no canalizara objetos suntuarios, he-
chos en materiales diversos. La metalurgia era conocida
tanto en la Sierra como en la Costa desde por lo menos
un milenio antes de Cristo y en estos vastos territorios
no se ha reportado el uso de objetos metálicos (suntua-
rios o utilitarios). Lo mismo se puede decir de objetos
de adorno personal en piedras diversas o inclusive en
conchas (marinas o terrestres). Se dirá que esto se expli-
ca, en parte, por el hecho de no haber encontrado hasta
ahora ningún tipo de sepulturas con ajuares. Puede ser,
pero ¿por qué no se han reportado contextos funerarios
en una sociedad aparentemente tan compleja? Las infe-
rencias y la cultura material en el registro arqueológico
van de la mano y la verdad es que hasta la fecha no hay
un caudal significativo de lo uno o de lo otro.
El estudio con la tecnología Lidar ha demostrado
el acervo de la “biblioteca, es hora de comenzar a leer
la evidencia con los lentes adecuados. Las preguntas ob-
vias son: ¿por qué y cómo surge el fenómeno Upano?,
¿por qué desaparece tanta complejidad aparente? Las
respuestas no están en los cataclismos volcánicos, sino
en la verdadera comprensión de los fenómenos sociales
de la Amazonía.
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
15
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
ción milenaria se cortó de raíz y los pueblos orientales
se vieron abocados a vivir aislados dentro de su “infier-
no verde.
No obstante, la investigación arqueológica de-
muestra que la historia cultural de los grupos instalados
en la Alta Amazonía se caracterizó por un modo de vida
de gran movilidad, entre distintos nichos ecológicos,
para aprovechar los diferentes recursos disponibles. En
este proceso se genera la interacción con otros pueblos
que viven en zonas alejadas de su hábitat natural, con
quienes comparten un sinnúmero de recursos necesa-
rios para el desarrollo cotidiano de sus actividades. Em-
pero, el intercambio con grupos alejados no se limitó a
bienes materiales, sino que incluyó desde épocas muy
tempranas la transferencia mutua de experiencias, ideas
y valores que marcarían su existencia. La evidencia ob-
tenida de los contextos del sitio Santa Ana-La Florida
(SALF) demuestra que la interacción trasmontó la cor-
dillera y se extendió hacia la costa del Pacífico (Valdez,
2008). Esta se ve materializada tanto en el intercambio
de productos estratégicos como en los elementos de una
cosmología panandina. Un ejemplo de esta interacción
se ve en productos vegetales como el cacao y la coca,
de origen amazónico, que son introducidos temprana-
mente hacia la costa dejando huella de su paso entre
las sociedades del altiplano. En sentido contrario, se
evidencia la presencia de conchas marinas, de aguas cá-
lidas, con un valor ideológico, simbólico y estético (i.e.
Strombus, Spondylus).
La interrelación entre las regiones separadas por
la cordillera se ve facilitada por un factor geográfico úni-
co. La región sur de la provincia de Zamora Chinchipe
está ubicada en lo que se denomina Depresión de Huan-
cabamba. En este sector, la cordillera de los Andes se ca-
racteriza por tener las abras o pasos de montaña más ba-
jos de toda la cadena. En la parte ecuatoriana, muchos
pasos no exceden los 2700 m s. n. m., lo que significa
que el acceso a los dos lados del macizo es muy factible
y, de hecho, ha sido transitado durante milenios. Este
intercambio también se manifiesta hacia la selva baja.
La presencia temprana de manifestaciones culturales
complejas aparece a lo largo de la evidencia arqueoló-
gica de varios sitios ubicados en la cuenca hidrográfica
Mayo Chinchipe-Marañón, actualmente estudiada de
los dos lados de la frontera entre Ecuador y Perú por
un equipo binacional que trabaja en estrecha colabora-
ción. La cuenca ocupa un área aproximada de 9700 km
2
.
A medida que la investigación progresa, se encuentran
materiales diagnósticos de esta nueva cultura en los al-
rededores de Bagua y en la región baja del Utcubamba,
el otro río que confluye hasta el Marañón con el Chin-
chipe en el Pongo del Rentema.
La cultura Mayo Chinchipe-Marañón es al mo-
mento la más antigua de la Amazonía occidental, con
un desarrollo sociocultural muy elevado. Las eviden-
cias arqueológicas incluyen los restos de una sociedad
con indicios de jerarquías en formación, artesanos muy
especializados en el campo de la alfarería, la lapidaria
y, con probabilidad, en los textiles y la cestería. Los co-
nocimientos y prácticas que se evidencian a través del
estudio de su arquitectura revelan técnicas de ingenie-
ría muy avanzadas. La planificación del espacio que
demuestra el sitio SALF sugiere una comunidad bien
organizada que supo aprovechar de los recursos que el
medio tropical le brindaba para centrar una parte de sus
actividades sociales en un lugar específico. Su ubicación
es estratégica por más de una razón; en primer lugar,
se encuentra a media altura (1050 m s. n. m.) entre la
selva alta y el altiplano andino. Desde el punto de vista
ideológico, el sitio se asienta sobre un tinku, es decir,
en la unión de dos ríos, el Valladolid y el Palanda. En el
pensamiento andino, este punto es una fuente de ener-
gía y de vitalidad. Por otro lado, su ubicación al fondo
de un valle fluvial abrupto permite el acceso fácil a las
dos márgenes del Valladolid, comunicando a los asenta-
mientos de tres importantes cabeceras del Chinchipe: la
del Valladolid, la del Numbala y la del río Vergel o San
Luis. En estas tres cuencas se han encontrado vestigios
de la cultura Mayo Chinchipe, demostrando su exten-
sión a través de un territorio caracterizado por los flan-
cos empinados de la cordillera oriental (Valdez, 2013a).
Las nuevas evidencias demuestran que el ser hu-
mano aprendió, desde muy temprano, a compartir es-
pacios culturalmente construidos, donde solía reunirse
para afirmar su identidad común. Esto se comprueba
en la evolución del poblado a partir de una antigua
aldea que crece y conforma un centro ceremonial. En
este empeño, la cosmología debió haber jugado un rol
Francisco Valdez
16
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
preponderante, pues reunir la mano de obra necesaria
para construir espacios sociales requiere de un conven-
cimiento que no se alcanza con la simple coerción. El
sitio SALF debió haber sido el centro de reunión perió-
dica para los habitantes que ocupaban esta parte de la
Alta Amazonía. Una situación semejante debe haberse
dado en el extremo sur de la cuenca del Chinchipe con
la conformación del sitio Montegrande, ubicado en la
actual ciudad peruana de Jaén (Olivera Núñez, 2014).
El fechado de los restos encontrados en los basu-
rales arqueológicos, en los elementos constructivos y
en los contextos culturales excavados ha permitido ubi-
car la ocupación del yacimiento entre el 5300 y el 2930
AP. Es evidente que, en todo este lapso, se dieron varias
ocupaciones en el sitio, pero la mayor parte de las fe-
chas para el centro ceremonial se concentran entre el
4500 y el 3600 AP. Los indicios tempranos encontrados
en SALF permiten afirmar que la sociedad practicaba
con regularidad la horticultura y la agricultura itine-
rante. En los contextos de basurales excavados y en los
recipientes funerarios recuperados se han encontrado
evidencias del uso de ají (Capsicum spp.), ñame (Dios-
corea spp.), fréjol (Fabaceae spp.), patata dulce o camo-
te (Ipomoea spp.), yuca (Manihot esculenta), camotillo
(Maranta spp.), cacao (Theobroma spp.), cacao de mono
(Herrania spp.) y maíz (Zea mays). La identificación de
los restos alimenticios fue efectuada por Sonia Zarrillo
de la Universidad de Calgary (2012, pp. 190, 207-213).
Las huellas de cacao encontradas en Palanda constitu-
yen, hasta hoy, la primera evidencia del uso social del
cacao en el mundo. Tradicionalmente se pensaba que el
cacao era originario de Mesoamérica (zona que incluye
la región entre Guatemala y México), donde habría sido
utilizado por primera vez por los olmecas y sus vecinos
hacia el 2000 a. C. (Coe y Coe, 1996; Powis et al., 2011).
Su antigüedad comprobada en la cuenca del Chinchipe
es ya un argumento para sustentar la teoría que mane-
jan varios botánicos sobre el foco de domesticación de
por lo menos una variedad de cacao ubicado en la Alta
Amazonia (Lanaud et al., 2012; Zarrillo et al., 2018). De
igual manera, se ha podido evidenciar en el sitio el uso
de la coca (Erythroxylum coca); como parte de ofrendas
funerarias, se encontró una caja de llipta antropomor-
fa que mostraba la cabeza de un individuo masticando
coca. En el interior del recipiente se encontró carbona-
to de calcio y lo que podrían haber sido residuos mal
conservados de hojas de coca. Información indirecta del
consumo de alucinógenos, como la vilca (Anandenan-
thera ssp.), se pudo atestiguar por la presencia de peque-
ñas tabletas o morteros líticos que servían para moler
las semillas y, desde allí, inhalar la sustancia sagrada.
Para terminar este breve resumen de los aspectos
más importantes de la cultura Mayo Chinchipe-Mara-
ñón, hay que recalcar la contribución que la Alta Amazo-
nía hace al surgimiento de la civilización andina, desde
la época del llamado Formativo Temprano en Ecuador
o del Arcaico en el Perú. Para ello hay que mencionar
algunos rasgos y prácticas, asumidas tradicionalmente
a la cosmología andina, pero que tienen una manifes-
tación muy temprana al este de los Andes. Las interac-
ciones continuas a través del período prehispánico han
integrado la cosmología amazónica al pensamiento
andino y esto es fundamental de recordar, pues la Alta
Amazonía no solo tenía relación con las culturas andi-
nas, sino que era parte integrante de las mismas. Este
es un aspecto que no siempre gusta a los que piensan
que las culturas amazónicas deben estar caracterizadas
por malocas, plumas exóticas y la generación y el uso de
terras pretas. La Alta Amazonía, con sus hábitats diver-
sos y su cosmología tropical, complementó desde épo-
cas muy tempranas a las sociedades contemporáneas
del altiplano andino y de la costa del Pacífico. De he-
cho, esta parte de la Amazonía fue un componente del
mundo andino hasta la época de la Conquista. Prueba
de ello son los once puntos que señalo a continuación
y que fueron subrayados en la ponencia magistral que
presenté en el III Encuentro de Arqueología Amazóni-
ca (Quito, septiembre 2013). Estos integran la evidencia
arqueológica recabada por los trabajos realizados en Za-
mora Chinchipe entre el 2000 y el 2013:
1. Noción del trazo arquitectónico simétrico, con una
plaza circular hundida;
2. Espacios cerrados donde se maneja el fuego sagrado;
3. Emplazamiento de sepulturas en la base de edificios
sagrados, tanto como inhumaciones conmemorativas o
como en la configuración de un camposanto;
4. Iconografía compleja, sujeta a normas conceptuales
abstractas;
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
17
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
Un punto importante, que se requiere tratar an-
tes de terminar con esta visión panorámica, es el rumbo
que los estudios arqueológicos deberían tomar en ade-
lante para profundizar las problemáticas teórico-meto-
dológicas que una disciplina moderna requiere. En este
campo, la arqueología ecuatoriana debe comenzar re-
planteando sus objetivos en función de lo que se conoce
en la actualidad, por ello se debe discutir las distintas
propuestas en función de una realidad específica a la
fenomenología amazónica. El uso de la periodización
tradicional, que divide en cuatro etapas a una supues-
ta evolución sociocultural precolombina, no se ajusta
a la realidad de los pueblos orientales. El cuadro gene-
ral, elaborado en la década de los 50-60 (Estrada, 1957;
Meggers, 1966) para la Costa y aplicado para la Sierra
con ciertas anomalías, es inapropiado para la Amazo-
nía, pues se ha constatado que el desarrollo cultural de
esta región no concuerda con este esquema cronológi-
co. Si bien es notable la complejidad que presentan los
distintos ejemplos de las sociedades selváticas, esta no
se puede generalizar a toda la Amazonía. Las grandes
diferencias que se presentan entre los pueblos de la sel-
va alta y de la selva baja subrayan el hecho de que un
A manera de conclusión
modelo de evolución unilineal no es aplicable. Es nece-
saria la sistematización de los datos provenientes de las
provincias del norte del país para poder tener una idea
real de cómo fueron las sociedades precolombinas de la
Baja Amazonía a través del tiempo.
En la actualidad se manejan postulados teóricos
diversos, pero entre los amazonistas de la denominada
escuela de ecología histórica parece haber una acep-
tación amplia. Erickson (2008) sostiene que los seres
humanos mantienen una relación dialéctica con la na-
turaleza, una relación de afectación mutua, en que las
acciones de los seres humanos no están determinadas
por los efectos de su entorno físico, sino que ellos tam-
bién son los que lo manipulan y modifican con su acti-
vidad social.
La lectura del entorno físico es el primer paso
para comprender la historia antigua de los pueblos sel-
váticos. Comprender el grado y la motivación de las mo-
dificaciones efectuadas es el contraste necesario con el
registro arqueológico a partir del cual comienza el estu-
dio de cada caso particular. Para el Ecuador, esta opción
puede ser un mecanismo para homogeneizar los estu-
dios y tratar a la evidencia bajo un parámetro común
que permita ir contextualizando patrones en la cultura
material, en los modos de vida y en la ocupación del
espacio. La noción de culturas arqueológicas precolom-
binas debe estar estructurada en función de realidades
y no del sentimiento o capricho de cada investigador.
Querer reconstruir la historia antigua de los pueblos an-
cestrales en función de los registros lingüísticos del siglo
XVI y en adelante es una quimera, que no resiste al aná-
lisis histórico de la realidad de estas mismas comunida-
des. La movilidad de los pueblos amazónicos, propia o
forzada luego del contacto europeo, es muy diversa y la
ocupación actual de los territorios no refleja su pasado
específico. Si se quiere comprender la dinámica cultural
ancestral no hay que iniciar con a prioris que, de algu-
na manera, pueden estar falsificando la realidad. Se ha
dicho muchas veces que no es lógico asociar material
cultural prehistórico a pueblos o grupos lingüísticos co-
nocidos por los cronistas o inclusive en la actualidad.
Sin embargo, se sigue utilizando este método a falta de
una mejor opción (i.e. vincular el horizonte corrugado
con las migraciones tupí-guaraní).
5. Fabricación y uso ritual de recipientes efigie, con o sin
asa de estribo;
6. Uso de piedras exóticas, de colores simbólicos, para
expresar la noción de lo sagrado;
7. Costumbre de embellecer los textiles con apliques de
materiales vistosos (turquesas, conchas);
8. El consumo social de chicha de yuca, maíz y cacao;
9. La masticación de coca;
10. Uso de plantas que inducen estados de conciencia
alterada en un contexto ritual comunitario;
11. Vías interregionales de comunicación a corta, media
y larga distancia.
Estos rasgos han sido identificados en otros sitios
de la Costa o Sierra, tanto en el Perú como en el Ecuador.
La investigación en la Alta Amazonía de ambos países
seguirá sacando a la luz otras características comunes
con el resto del mundo andino.
Francisco Valdez
18
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
hoy se rechaza la idea de evolución unilineal, pues esta
no es una regla en la realidad. Los procesos evolutivos
de los pueblos selváticos rompen la continuidad de ese
modelo pues algunos, que según esta propuesta no ha-
brían pasado nunca de ser bandas, no por ello viven en
un estado de barbarie. La noción de la acumulación del
poder es, sin duda, un hecho universal, pero las formas
en que esta se da no siempre concuerdan con el arqueti-
po. En la literatura etnográfica, que puede estar cargada
de cierto etnocentrismo, se encuentra a menudo la idea
de bandas, tribus y cacicazgos, pero nunca se la cues-
tiona a la luz de otro modelo posible. La noción misma
de los “pueblos sin estado” nació con el estudio de co-
munidades amazónicas (Clastre, 1978), pero el proble-
ma es comprender ¿qué es el poder?, ¿quién lo detenta?
y ¿cómo se ejerce? Entre los pueblos amazónicos hay
muchas posibilidades y no siempre hay reglas que se
apliquen dentro de un mismo territorio. El debate está
lanzado, no se proponen nuevos paradigmas, pero sí se
reclama una reflexión profunda sobre el tema. Resulta
absurdo emplear la misma terminología del siglo XVI
para hablar de reyes en el Upano o de caciques entre los
cazadores recolectores de las várzeas. Para enunciar una
complejidad social se necesitan pruebas, para proponer
jerarquías se necesitan diferencias marcadas en la cultu-
ra material. La inferencia procede de la evidencia reca-
bada y los modelos preestablecidos no siempre ayudan a
situar la realidad. La noción de jefaturas bien asentadas
en la cuenca del Upano debe sustentarse no solo en la
existencia de construcciones diseminadas sobre gran-
des extensiones de terreno. La organización del espacio
es un elemento importante, pero esta puede darse por
diversas razones y bajo distintas condiciones. La arqui-
tectura expuesta en el sitio SALF es la muestra de una
organización, pero esta no implica necesariamente un
poder de mando individual. En la cultura material vista
en las ofrendas funerarias, se percibe una diferenciación
notable entre los distintos sujetos, pero ¿qué significan
esas diferencias en términos reales de jerarquía en una
sociedad heterárquica? La discusión está abierta pues es
evidente que hay una complejidad social latente, quizá
precoz, en los vestigios allí estudiados.
En el estado actual del conocimiento, tratar el
tema de cacicazgos en la Amazonía es un asunto deli-
Un factor latente en la arqueología amazónica es
la necesidad de comprender la organización social pre-
térita. El tema de la complejidad social se ha dado por
hecho, pero hasta la fecha ninguno de los estudios cita-
dos lo trata de manera real. La mayoría de los autores,
en especial para el caso del Upano, asume lo que Char-
les Stanish sostenía como una prueba indudable de su
existencia en los Andes,
social complexity in the Andean archaeological re-
cord is generally indicated by the existence of large
monuments that have functions beyond domestic
residence and subsistence. Andean archaeologists
refer to such architecture by several terms, inclu-
ding corporate, civic-ceremonial, elite-ceremonial,
ritual, or public architecture (Stanish, 2001, p. 45).
No obstante, en la Amazonía hay múltiples in-
dicadores de complejidad sin la necesidad de tener
construcciones monumentales. Se piensa que la orga-
nización social además se complejiza cuando se van
definiendo nuevas formas en la toma de decisiones co-
lectivas, esto es en la distribución del poder y en la or-
ganización del trabajo a través del manejo de las fuerzas
productivas. Pruebas de complejidad en la organización
social se pueden ver en el manejo del espacio, en la co-
laboración inducida para la construcción de estructuras
comunales y/o en la existencia de una red de interaccio-
nes con grupos vecinos y/o lejanos. Lo interesante sería
cuestionarse ¿desde cuándo, cómo y en dónde se mani-
fiestan estos y otros rasgos similares?
Utilizamos a menudo el concepto de jefatura o
cacicazgo para referirnos a pueblos que comparten una
misma cultura material, dentro de un determinado te-
rritorio y que presentan evidencias de trabajo “corpo-
rativo. El primer impulso es invocar el concepto de al-
guien que tiene poder de convocatoria y que organiza
los trabajos, a lo largo de un período de tiempo. No obs-
tante, se tienen ejemplos etnográficos donde sociedades
tribales ejecutan tareas colectivas sin necesidad de tener
una autoridad máxima que las comande y organice. El
esquema tradicional de Service (1962) sobre la evolu-
ción de las sociedades en bandas, tribus, jefaturas y es-
tado sigue imperando en nuestro pensamiento. Empero,
Una visión panorámica de la arqueología amazónica de Ecuador
19
Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural 2023
cado, sobre todo si se piensa utilizar los mismos indi-
cadores que se han venido usando en la Costa o en la
Sierra. La organización social en territorios selváticos
toma otros matices, no por un determinismo ecológico,
sino por la distribución de las ocupaciones humanas en
el espacio. Los ejemplos etnográficos son múltiples y en
ellos prima la toma de decisiones colectivas en comu-
nidades relativamente alejadas, pero que se reclaman
de una misma pertenencia étnica. Para los arqueólogos,
que dependen de la cultura material, los vínculos socia-
les de lo colectivo no son del todo discernibles. Tampoco
son evidentes las formas en que se organiza el trabajo
grupal o cómo se estructuran las fuerzas productivas
en áreas tan extensas. Para los miembros de una mis-
ma comunidad, la noción del manejo del espacio o de
la existencia de redes de interacción con otros grupos
son prácticas aprendidas a través de años de experien-
cias compartidas, pero de las cuales quedan muy pocas
huellas materiales que un extraño pueda reconocer. En
el medio selvático, la toma de decisiones comunes deja
huellas en el entorno físico que pueden reflejarse en la
vegetación, en la presencia de especies u objetos alóge-
nos o en la forma innovadora de manejar los excesos
o la falta de humedad. Si bien estos ejemplos pueden
ser efímeros, sin duda son indicadores de cambios en la
organización social. Comprender las formas de comple-
jidad en estos términos es un desafío que hay que tomar
a consciencia.
Otros retos son más básicos: un hecho que salta a
la vista de este recorrido panorámico es la falta de con-
tinuidad en la ocupación del espacio en determinadas
regiones. En el caso de Zamora Chinchipe, hay un gran
vacío entre el fin de la cultura Mayo Chinchipe-Mara-
ñón, inicios de la era cristiana, y el horizonte corrugado
que aparece hacia el siglo VII o VIII en la zona. Sabemos
que las sociedades no desaparecen, los cataclismos so-
ciales llevan a una transformación y no necesariamente
al abandono de regiones fértiles y ricas en recursos. Es
probable que la ruptura en la cadena de interacciones
conlleve a un cambio drástico en los modos de vida,
pero eso no significa que las poblaciones hayan desapa-
recido de un territorio determinado. Lo que falta es más
investigación, más trabajo de campo y un mejor afina-
miento de los métodos de análisis de la cultura material.
En el caso de la arqueología amazónica, hay demasia-
dos vacíos en la ocupación de determinados espacios.
No creo que sea la itinerancia de ciertos pueblos lo que
deja grandes lagunas en el territorio durante períodos
tan largos. Por ello, conviene hacer prospecciones sis-
temáticas en algunas regiones para tratar de ir llenan-
do las oquedades e ir puntualizando los intervalos que
pueden darse en la ocupación de las mismas. Hace falta
afinar las metodologías de prospección pues hay dema-
siadas carencias en el conocimiento de la arqueología
amazónica. Un corolario de lo anterior es establecer la
temporalidad de las distintas manifestaciones, que hoy
se tratan como “horizontes o tradiciones estilísticas”
(corrugado, policromo, rojo sobre bayo, etc.). Este es un
requisito que no está aún del todo bien cubierto en la
mayor parte de la Amazonía.
En el caso del Alto Upano está latente el proble-
ma entre lo diacrónico y lo sincrónico en un fenómeno
que cubre un millar de kilómetros cuadrados. Estudios
como los realizados por Serrano (2014) dan una pauta
de cómo se debería enfrentar el problema. Empero, esto
involucra recursos y sobre todo la voluntad de ir más
allá de la simple cronología estratigráfica. A pesar de
tantas revoluciones teórico-metodológicas, se nos esca-
pa a menudo a los arqueólogos la visión holística en las
explicaciones y nos quedamos viendo el árbol e ignoran-
do al bosque.
He creído necesario dar una visión panorámi-
ca de la arqueología amazónica para progresar en este
conocimiento holístico. Hay que brindar a los lectores
interesados un breve recuento de los progresos alcanza-
dos en los últimos 40 años, hay que citar la bibliografía
existente y, sobre todo, hay que señalar los vacíos que
requieren ser afrontados para completar una idea cohe-
rente del pasado precolombino en las selvas alta y baja.
Fecha de recepción: 30 de septiembre de 2022
Fecha de aceptación: 22 de noviembre de 2022
Francisco Valdez
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Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
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