
Juan Camilo Argoti Gómez
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Revista Ecuatoriana de Arqueología y Paleontología
STRATA, 07-12/ 2025, vol.3 , nro.2
en la información etnohistórica y arqueológica actual,
no es pertinente tratar como una unidad política centra-
lizada, o como un grupo de complejos étnicos temporal
y espacialmente diferenciados por los estilos cerámicos.
Los Pastos, serían más bien, de un mismo grupo cul-
tural o lingüístico (Floyd, 2022; Grijalva Sierra, 2023),
perteneciente al “Mundo Barbacoa” (Hechler, 2023, pp.
4-7), compuesto por unidades políticas cacicales de ín-
dole disperso y teocrático (Earle, 1987; Hayden, 1994,
1995; Service, 1984), diferentes e independientes, que a
escala del paisaje comparten una organización espacial
semejante tanto en la sierra como en las zonas bajas, y
que a escala iconográfica rutinizó los mismos marca-
dores figurativos, culturalmente configurados de dife-
rentes maneras en la materialidad (Bernal Vélez, 2011;
López, 2014; Vásquez Pazmiño, 2017), según una lógica
que responde a las necesidades económicas y religiosas
que muestran vínculos de pertenencia o filiación social
con lo que actualmente llamamos Pasto.
El entrelazado semiótico entre humanos y
no-humanos
En las cosmologías andinas, la separación entre
sujeto y objeto, naturaleza y cultura, no está rígidamen-
te definida. En el mutisubjetivismo, la antropología
más allá de lo humano (Kohn, 2021; Viveiros de Castro,
2004), y las arqueologías indígenas Pasto (Lucero Ber-
nal, 2025) los no-humanos pueden poseer subjetividad
y agencia en función de la relación que establecen con
otros seres. Al transponer esta cualidad relacional al
contexto Andino, la materialidad no es inerte: las pie-
dras, los ríos, los cerros y otros elementos del paisaje
son agentes que participan activamente en las relacio-
nes sociales (Allen, 2019; Ávalos y Vásquez, 2017; Lu-
cero Bernal, 2025; Rappaport, 1987; Tantaleán, 2019).
Desde la arqueología, este enfoque es complementado
por la arqueología simétrica en el nuevo materialismo
(Olsen, 2003, 2012; Witmore, 2007), que rechaza la di-
cotomía entre sujeto y objeto, proponiendo que los arte-
factos no son meros efectos de la acción humana, sino
co-constituyentes del paisaje cultural.
Esta concepción está profundamente implicada
en la creación de petroglifos, los cuales, al constituir-
se por un elemento “natural” como la roca derivada
de eventos geológicos, que a través de grabados es hu-
manizada por actos manifiestos de esta interacción hu-
mano-no humano dentro del paisaje, por las imágenes
representadas, por la orientación de los paneles elegi-
dos, o por la ubicación de la roca con respecto a facto-
res fenomenológicos como la audición o la visibilidad
(Conkey, 1997; Díaz-Andreu et al., 2017; Fierro Lyton
et al., 2023; Garcês y Nash, 2017; Granja Aguirre, 2014;
Layton, 2000; Lucero Bernal, 2025; Wienhold, 2014).
Los petroglifos, entonces, deben ser comprendidos no
solo como inscripciones en piedra, sino como actores
que configuran y son configurados por su entorno.
Dichos procesos y sistemas responden al hacer,
fenomenológicamente (Tonner, 2011) distinguido entre
los actos que presuponen posicionalidad con respecto a
un objeto o estado de la materia, y las acciones que son
movimientos (mentales o corporales) intencionales que
buscan satisfacer una intención (Vecchi, 2011, pp. 74-
75). Así, los actos y las acciones se traducen a la cogni-
ción causal o la capacidad de establecer y/o reconocer
que los actos o las acciones mentales (sensoriales o al-
macenadas) son la causa constructora de una conduc-
ta, efecto nuevo, material, emocional o simbólico. En la
arqueología, esta relación es analizada con un carácter
diagnóstico, pues el sentido es: efecto (datos sustraibles
del registro material) a causa (conductas desde la inten-
cionalidad en no-humanos y de la actividad humana)
(Rivera Arrizabalaga, 2020, p. 14).
No obstante, dicha relación diagnóstica no suscita
una construcción del pasado desde una percepción se-
parada y derivativa, entre las conductas sociales (mente,
cuerpo, cosas) y la “naturaleza” (no-humanos, paisaje).
Cuando hablamos de la “mente” no nos referimos a su
cualidad físico-orgánica o a un grupo de estructuras re-
presentacionales neutras, sino a la mente como un pro-
ceso continuamente constituido por el uso, intercambio
y reciclaje de una variedad de signos colectivamente
intersubjetivos e intencionales, y pensados desde una
perspectiva activa y participativa (pensar con y a través
de) (Malafouris, 2021, p. 40; Vecchi, 2011, p. 75). En
otras palabras, pensar es, cómo la mente y el cuerpo se
relacionan con las cosas dentro del mundo vivido (Ga-
llagher, 2014; Malafouris, 2021; Olsen, 2003; Witmore,
2007).