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INPC, Revista del Patrimonio Cultural del Ecuador
Pamela Cevallos, Gema Quijije, Emilio Vargas
Eddie Veliz y el mismo Javier Rivera, cada uno con
su propio estilo artesanal y años de experiencia en la
producción de objetos de barro.
Es relevante detenerse en la historia de estos
artesanos para comprender por qué han continuado con
este ocio. Genaro, Guillermo, Javier, Ángel y Consuelo
adquirieron sus conocimientos de sus padres, mientras
que Daniel y Eddie aprendieron de amigos y vecinos.
La mayoría coinciden en que comenzaron a trabajar la
alfarería en la adolescencia, aunque desde más pequeños
ya jugaban con el barro y observaban los talleres
familiares. La edad es un aspecto importante para los
artesanos, ya que les recuerda cómo iniciaron en el ocio
y qué les apasionaba desde niños. Aunque cada uno ha
desarrollado su propio enfoque y técnica, muchos han
incorporado elementos contemporáneos a sus obras,
inspirándose en su entorno.
Durante una reunión previa a los talleres, los
artesanos reexionaron sobre cómo enseñar, a quiénes
enseñar y por qué hacerlo. A diferencia de la imagen
idealizada de una comunidad cohesionada, en este primer
encuentro cada uno llegó por su cuenta, posicionando
su trabajo de manera individual. Esta tendencia al
individualismo tenía raíces profundas en la historia de
la artesanía local: desde los años del coleccionismo,
cuando el comercio de piezas prehispánicas generó
una competencia feroz, hasta el auge de las réplicas casi
indistinguibles de los originales, donde cada taller se
consolidó como un espacio autónomo y competitivo.
Para muchos, la transmisión de saberes no había sido una
prioridad, pues el ocio estuvo marcado por una lógica
de competencia más que de colaboración.
En este contexto, Gema Quijije, como
coordinadora del proceso y en su rol de joven gestora
cultural, desempeñó un papel clave en la articulación
de los participantes. Su investigación previa sobre la
puesta en valor de la artesanía de La Pila en relación
con el patrimonio cultural inmaterial (Quijije, 2022) le
proporcionó insumos para comprender las dinámicas
comunitarias y anticipar algunos de los desafíos
del trabajo colectivo. No fue un proceso sencillo: las
diferencias generacionales y las rivalidades previas
entre los artesanos hicieron que la dinámica grupal
fuera, en un inicio, tensa y fragmentada. Sin embargo,
conforme avanzaban las discusiones, cada artesano
eligió las temáticas de enseñanza según su experiencia
y anidad: Genaro, Guillermo y Daniel se enfocaron
en la creación de piezas prehispánicas, mientras que
Consuelo y Eddie exploraron lo contemporáneo, Javier
se especializó en la pintura y el pulido de las piezas, y
todos colaboraron en la enseñanza de la quema. Esta
distribución permitió que cada uno se sintiera cómodo
dentro del proceso, evitando imposiciones externas y
respetando sus propias trayectorias.
El verdadero logro de estos talleres fue
que, más allá de un espacio de aprendizaje técnico,
se convirtieron en un ejercicio de construcción
colectiva del conocimiento. Poco a poco, los artesanos
comenzaron a entender que el objetivo no era solo
perfeccionar una técnica, sino fortalecer el saber
compartido como un bien común. Un aspecto
clave fue la decisión de apoyarse mutuamente en la
enseñanza: los talleres no eran espacios individuales
de exhibición, sino plataformas de intercambio en las
que los participantes podían aprender de cada sesión
y aprovechar al máximo la experiencia.
Si bien las tensiones y rivalidades no
desaparecieron por completo, lo que emergió de este
proceso fue un aprendizaje clave: el reconocimiento de
que la pérdida del conocimiento artesanal no solo es una
cuestión de técnica, sino también de la forma en que la
comunidad (con sus fricciones, desafíos y resistencias)
se organiza para transmitirlo y adaptarlo a los nuevos
tiempos.
Aprendizajes compartidos
En estudios anteriores se han registrado los
procesos técnicos que existen en La Pila (Solórzano,
2018). En esta investigación nos enfocamos en el
proceso de transmisión y los contenidos que los
artesanos consideraban relevantes, más allá del
detalle de los procedimientos. Los talleres partían
de la conexión con el entorno y la historia ancestral
del lugar. Los artesanos hacían constante referencia
al pozo prehispánico (pileta) como una fuente de
memoria viva y presencia del pasado. Uno de los
primeros temas abordados fue el de la simbología
prehispánica, dirigido por Guillermo Quijije, artesano
con más de cincuenta años de experiencia. Quijije
introdujo a los participantes en el uso de líneas y
guras geométricas que representan elementos
vitales y de la naturaleza, tal como se observa en los
sellos prehispánicos.
Por su parte, el artesano Ángel Gómez, con
cuarenta años de experiencia, les enseñó el modelado
de guras humanas, especialmente de la cultura
manteña. Los personajes creados se adaptaban
a los intereses individuales de cada participante,
fomentando la creatividad al conectarlos con
referencias actuales.
Consuelo Mezones, artesana con cuarenta
años de trayectoria, dirigió un taller que conectaba
la simbología prehispánica con el arte utilitario.
A través de la elaboración de objetos como
vasos, platos, cuencos y vasijas, los participantes
exploraron su propia cotidianidad mientras
reexionaban sobre los alimentos y las formas de